EVENTOS

jueves, 8 de mayo de 2014

HACIA UNA RECONSTRUCCIÓN DE LA MEMORIA EN LA POSTHUELGA. UNAM 1999-2000




Compartimos con ustedes este texto  que fue presentado en el  año 2001 en el Seminario Nacional Movimientos Estudiantiles Mexicanos en el siglo XX, sirva como marco de reflexión y discusión sobre el ejercicio  y la participación política de las y los  jóvenes.  Esperamos sus comentarios: 

HACIA UNA RECONSTRUCCIÓN DE LA MEMORIA EN LA POSTHUELGA 
Alejandra Araiza Díaz  Facultad de Psicología  Universidad Nacional Autónoma de México 
Cecilia Boglione  Facultad de Psicología  Universidad Nacional Autónoma de México 

A mediados de marzo de 1999, el entonces rector de la Universidad Nacional, Francisco Barnés de Castro, impuso el modelo neoliberal en la educación superior al aprobar las modificaciones al Reglamento General de Pagos a espaldas de la comunidad.
Este hecho generó un gran descontento y desencadenó, el 20 de abril, la huelga estudiantil más larga de la historia de México.  A lo largo de 10 meses, estos jóvenes, a quienes muchos consideraban parte de la generación X, esa que era indiferente a ante todo e incapaz de revolucionar nada, defendieron con absoluta dignidad el derecho a la educación pública. 
   


Intentaron algunas formas diferentes de organización, pues pusieron gran énfasis en desenvolverse de la forma más democrática posible. Así, en cada facultad o escuela se tomaban decisiones conjuntamente, que, posteriormente se discutían y aprobaban en lo que ellos denominaron Consejo General de Huelga. 
Al principio gente de diferentes corrientes participó en el movimiento, aunque tras el correr del tiempo, las posturas se polarizaron, lo que provocó la salida de algunos participantes.  Las negociaciones con rectoría fueron, la mayor de las veces, inútiles, pues no se lograron acuerdos y, desde luego, no se daba solución a ninguna de las demandas de su pliego petitorio, que comprendía:
la abrogación del Reglamento General de Pagos (preservar la educación gratuita) , desvinculamiento con el CENEVAL (preservar la autonomía), derogación de las reformas de 1997 (para asegurar la educación pública), modificaciones al calendario escolar, creación de un Congreso Universitario resolutivo (hacia la democratización de la Universidad) y el desistimiento de todas aquellas actas levantadas en contra de huelguistas. Poco a poco consiguieron desgastarlos a ellos y a la población. 
Hacia noviembre de 1997, renunció el rector Barnés, y en su lugar quedóJuan Ramón de la Fuente, quien con una aparente apertura al diálogo, impulsó una nueva comisión, con la que, el diez de diciembre se llegó al acuerdo de reconocer al CGH como único interlocutor, con el cual discutir cada una de las demandas del movimiento.
No obstante, para finales de enero, la rectoría organizó un plebiscito en el que consultó a la comunidad si consideraban que, con las reformas demagógicas, a través de los cuales ni si quiera se abrogaba el reglamento y se exigía el levantamiento de la huelga, estaban cubiertas las demandas del movimiento.
Este hecho legitimó la entrada de la PFP, aunque sólo participó alrededor del 50% de la población universitaria.  De cualquier forma, tras obtener los resultados del plebiscito, comenzaba a surgir un acercamiento y acaso diálogo entre huelguistas y otros estudiantes de la comunidad. Al parecer, estos acontecimientos resultaban amenazadores y 1º y 6 de febrero entró la PFP a las instalaciones universitarias, donde fueron aprehendidos cerca de 1000 estudiantes, que fueron liberados por bloques y con condicionamientos, según las jerarquías que las autoridades consideraban que ocupaban dentro del movimiento. 
Tal parece que el movimiento estudiantil fue considerado altamente peligroso, pues muchas estrategias utilizadas comúnmente en la Guerra de Baja Intensidad (GBI), fueron aplicadas en su contra.
Todo esto ocurrió en un contexto nacional que así lo permitió y, en un país donde, como lo dice José Saramago, la no aparente guerra es, en efecto, una guerra.  Así, se planeó y logró romper el tejido colectivo y solidario1. La finalidad era acabar con las convicciones personales, los procesos de unidad y las experiencias comunitarias de grupos afines, en fin, se logró quebrar las convicciones disidentes de cada persona, asimismo, se logró la individualización y la ruptura del colectivo.
Para lograrlo, se valieron, por un lado, de los medios de comunicación masiva (el arma más poderosa en nuestros días) y, por otro, de personas infiltradas en el movimiento. Esto propició la polarización o el desquiciamiento de los grupos hacia extremos opuestos, es decir, “la diferenciación radical entre ellos y nosotros”.
La polarización exige la definición de todos en términos partidistas, lo que lleva al cansancio y a la desidentificación con ambos contendientes. Además favorece la aparición de actitudes fascistas. De esta forma, hoy existe una comunidad universitaria dividida, dentro de una nación dividida, en donde predomina la desesperanza y la indiferencia. Grupos sociales, e incluso un partido político afín al movimiento poco a poco, a lo largo de estos diez meses, se fueron separando.
Es más, puede decirse que el partido, quien gobierna la Ciudad de México, se volvió cómplice del Gobierno Federal al reprimir a los estudiantes durante una marcha y al permitir la entrada del cuerpo de Granaderos a la instalaciones de la UNAM.
Ahora bien, al inicio del movimiento la unidad era el principal motor, independientemente de que ya existían corrientes, sin embargo, con el correr del tiempo, las diferentes posiciones ideológicas entre dichas corrientes se fueron exacerbando debido a la polarización instrumentada tanto al interior como al exterior del movimiento.
De esta manera, el movimiento tendió hacia posturas extremas, con base en lo cual, dejaron fuera a estudiantes etiquetados como “moderados”.  Al mismo tiempo, la campaña desinformativa de los medios de comunicación masiva se encargó de ignorar o desprestigiar, al grado de aislar, al movimiento.
Desde el inicio, utilizó calificativos, o más bien descalificativos, para referirse a los estudiantes en huelga, tales como: paristas, flojos, secuestradores, seudo-estudiantes, vándalos, fósiles, grupos minoritarios y hasta parapléjicos mentales.  Otra de las finalidades de la GBI es controlar al enemigo interno, es decir, cualquier grupo opositor al régimen, para lograrlo se vale, igualmente, de los medios de comunicación masiva y de ataques directos. En el caso del movimiento, el control se realizó mediante el aislamiento y el desgaste.
Por un lado, a través de los medios (y su mentira institucionalizada) y de la polarización, antes mencionada, de esta forma, se consiguió replegarlos y dividirlos. Al mismo tiempo, las negociaciones se hacían lentas y no se daba una solución efectiva a las demandas de su pliego petitorio con la intención de producir el desgaste en ellos y en la población. La represión selectiva no fue la principal estrategia utilizada por el poder, no obstante, algunos estudiantes fueron secuestrados, hostigados y golpeados.
Asimismo, ciertos estudiantes fueron reprimidos durante una manifestación por elementos del Cuerpo de Granaderos, a cargo del gobierno del Distrito Federal.
Para finalizar, cuando el desgaste y el aislamiento eran extremos, y ante la posibilidad de diálogo entre los huelguistas y otros estudiantes de la comunidad, la Policía Federal Preventiva entró a la Preparatoria no. 3 y , posteriormente, a las instalaciones de Ciudad Universitaria, donde fueron aprehendidos alrededor de 1000 estudiantes. Cualquier parecido con la estrategia de Yunque y martillo, en la que se repliega para luego dar un golpe, es mera coincidencia. 
La represión selectiva, acompañada de noticias sensacionalistas, que lejos de informar, perjudicaron, produjo intimidación en la población tanto en la que participaba en la huelga, como en la sociedad civil, por lo menos en la que simpatizaba.
El punto máximo fue la entrada de la PFP que sirvió como una especie de “castigo ejemplar” para todo aquel que osara oponerse al sistema neoliberal predominante en el mundo. Tal parece que este era un “plan de exterminio: arrasar la hierba, arrancar de raíz hasta la última plantita viva, regar la tierra con sal. Después, matar la memoria de la hierba.
Para colonizar las conciencias, suprimirlas; para suprimirlas, vaciarlas de pasado. Aniquilar todo testimonio de que en la comarca hubo algo más que silencio, cárceles y tumbas. Está prohibido recordar...”2 
Todo esto fue posible porque en México se viene legitimando desde tiempo atrás lo que se conoce como militarización. Es decir que se habla todos los días, a través de los medios, de que la inseguridad, el caos, la violencia, etc. han aumentado y la única forma de controlarlos es a través, por ejemplo, de la intervención militar en la policía. Con esto, se va creando un clima de impunidad que puede alcanzar terribles niveles y que justifica la represión como única vía de solución de conflictos.
En el caso del movimiento estudiantil, por un lado, la violación a la autonomía universitaria con la entrada de la PFP fue completamente impune. Por otro lado, tradicionalmente se ha empleado la fuerza de grupos porriles (en este caso, paramilitares en otros) para apaciguar cualquier rebelión estudiantil.
Al mismo tiempo, dichos grupos cometen una serie de delitos que quedan impunes y, al disolverse entre los estudiantes, responsabilizan a los que en verdad lo son. Esta labor impulsada desde hacía varias décadas, sumada al desprestigio que infundieron los medios de comunicación, propició que gente de la sociedad civil identificara a estos estudiantes con porros y que justificara su represión y encarcelamiento.
Esto genera un clima autoritario, que trastoca diferentes espacios de la sociedad.  En términos generales, la Guerra de Baja Intensidad emplea tres tácticas (Martín-Baró, 1988): implanta diferentes tipos de violencia (tipos de militarización y violencia psicológica) , produce una polarización social e institucionaliza la mentira (desideologización). 
Para lograrlo, se vale, entre otras cosas, de la guerra psicológica, la cual, es el uso planificado de cualquier forma de comunicación diseñada para afectar ideológica y emocionalmente a un enemigo dado con el fin de desarmarlo.
Y según Watson, “una cicatriz mental es preferible a una cicatriz física porque tarda en hacerse aparente.”  En el caso del movimiento estudiantil, podría decirse que la guerra fue más bien de tipo psicológica pues dejó marcas poco evidentes, pero no por ello, menos profundas.
La mayor parte de los ataques eran a través de los medios de comunicación, donde la información (desinformación) suele presentarse a medias, de manera sensacionalista, estereotipada, con imágenes y con noticias manipuladas. 
En toda guerra la propaganda es crucial, porque parcializa y distorsiona la realidad, se trata de crear una versión oficial de los hechos que ignora aspectos cruciales, distorsiona, falsea o inventa otros, en pocas palabras, la mentira institucional supone desde el ocultamiento ideológico de la realidad social hasta la desnaturalización explotando las fuentes de resentimiento y el odio intergrupal. 
Evidentes, por ejemplo, eran las imágenes de manifestaciones concurridas a base de tomas cerradas para dar la impresión de que había poca gente. La mentira, termina por forjarnos un mundo imaginario, cuya única verdad es que se trata de un mundo falso y cuyo sostén es el temor a la realidad (Jean Lacroix, en Martín-Baró, 1988), llega a ser tan parte de la vida cotidiana que llega a pensarse que la violencia es la única solución al problema de la misma violencia. 
La GBI deja profundas secuelas en las personas de grupos opositores al régimen, que incluso afectan al resto de la sociedad. El daño se refleja tanto el parte psíquica como en las relaciones sociales. El deterioro abarca: la convivencia social, la capacidad colectiva de trabajar y amar, la identidad (personal y colectiva). 
Asimismo, precipita crisis y trastornos emocionales, tales como: angustia, depresión, autismo; además de las llamadas enfermedades psicosomáticas. De igual manera, pueden aparecer modificaciones en los esquemas cognoscitivos, de tal forma que la interpretación de la realidad puede distorsionarse porque, además de la escasa información y la manipulación de ésta con intereses ideológicos, está tocada por las experiencias afectivas personales.  Tras la persistencia de un clima de inseguridad y represión, las personas terminan por resquebrajar su resistencia y, en adelante, propiciar adaptaciones basadas en vínculos enajenantes y despersonalizantes (Samayoa, 1987). 
La polarización produce una falta de movilidad con referencia a las ideas y valores, reflejada en la incapacidad de comunicarse con quienes piensan diferente, incluso dentro del propio bando, lo que conduce al falseamiento de los compromisos políticos.
Esta postura deja en las personas una sensación de vacío y desolación, que sumada al miedo y a la desesperanza producidas por la represión, llevan al desprecio por la vida y la acentuación del individualismo, características claras de una intensa depresión. 
La desconfianza y el temor producidos por la incapacidad de distinguir las situaciones de amenaza propicia un tipo de paranoia, que da lugar a diferentes tipos de violencia. Se genera una agresión que no se focaliza hacia el objetivo inicial del movimiento, que incluso puede volcarse hacia sí mismos. Todo esto conduce al endurecimiento del corazón y a una sensación de vengatividad y odio con base en aspiraciones de justicia (Samaoya, 1987).  Por lo anterior, puede inferirse que tras la entrada de la PFP en las instalaciones universitarias y el violento fin de la huelga, aunque no haya sido reconocido de esta manera, las y los jóvenes que participaron en el movimiento estudiantil quedaron profundamente afectados y con pocos espacios para elaborar y resolver lo no logrado.  Pareciera que el aislamiento continúa aún después de la huelga.
De no propiciar a tiempo un espacio de contención y resistencia para estas personas, existe, desgraciadamente, la posibilidad de que la inmovilidad impida la reorganización estudiantil e invada todos los ámbitos de cada una de las personas que participaron en la huelga. Debido a que la naturaleza del problema es psicosocial, los efectos atraviesan tanto el espacio emocional y privado, como el espacio público o de relaciones sociales.  La labor de la psicología no es sólo enseñar técnicas terapéuticas o nuevas formas de comunicación. La psicología, decía Martín-Baró (1986), debe comprometerse con la realidad, necesidades y deseos de nuestros pueblos.
El reto no se limita a atender destrozos y trastornos ocasionados por la guerra; el reto se cifra en construir un hombre nuevo (y, desde luego, una mujer nueva), en una sociedad nueva.  Con base en el manual de Francesc Riera y Carlos Beristain (1992), quienes recomiendan que para afrontar situaciones límite es necesario: tener una ideología y convicciones firmes, mantener el control de la situación, conocer los métodos y las estrategias utilizadas por el poder, preservar la autonomía y afirmar otra realidad; proponemos la creación de espacios de contención en la posthuelga, a manera de talleres, donde las personas puedan expresar su miedos, sentimientos y sensaciones. La idea es que sean espacios abiertos y activos, donde exista un facilitador/a, pero sean los y las propias participantes, quienes detecten sus necesidades para encontrar vías de solución. Se tendría que poner un fuerte énfasis en la afectividad, pues de ella se habla poco y la guerra psicológica la ataca profundamente. 
El objetivo del poder es acabar con cualquier posibilidad de unión, inyectar un miedo tal que produzca desesperanza, frustración e inmovilización, a corto y largo plazo, arrancar de raíz los sueños de futuro, un futuro justo y libre. Una manera de resistir ante el miedo, que es sano hasta cierto punto, es entenderlo y dimensionarlo, conocer alternativas de protección y no permitir que éste se convierta en pánico, para, así, continuar luchando.  Al romper el tejido social, se produce aislamiento y desolación, y las personas necesitan tener pertenencia social. El grupo de huelguistas debería seguir fungiendo como ese espacio de pertenencia, donde los vínculos les permitieran identificación e intimidad. Habría que fortalecer las relaciones interpersonales y dejar de lado los vínculos despersonalizantes y enajenadores. Debería construirse un espacio de acompañamiento y unidad, necesarias para la resistencia  Para elaborar esto y trabajar otros objetivos que en este tipo de talleres pudieran surgir, es recomendable realizar algunas de las dinámicas propuestas en el manual arriba mencionado; además de inventar algunas nuevas. 
Es innegable que nos queda un proyecto de universidad por construir. Partiendo del supuesto de que la ideología atraviesa todos los niveles de nuestras vidas, es necesario contemplarla como un elemento crucial en un proceso de búsqueda de salud mental, pues el compromiso en la lucha se basa en la ideología que se tiene.
Es decir que este espacio puede (y debiera) ser la pauta para la reorganización estudiantil y universitaria, que debería permitirles dialogar, a la postre con el resto de la comunidad, hoy dividida.  Se trata de reconstruir su propia historia (personal y colectiva) a través de sus testimonios. No se trata de dejar nada atrás, se trata de elaborar las heridas y las pérdidas. No se trata de inmovilizarse, se trata de comprender para seguir resistiendo.
No se trata del fin de la historia, se trata de tener memoria para construir un presente más justo. Como dice Benedetti: 
“¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
les queda no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros
también les queda
tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobretodo les queda hacer FUTURO
a pesar de los ruines del pasado
y los sabios granujas del presente.”3

Bibliografía.
Benedetti, Mario (1993), La vida ese paréntesis. México: Alfaguara.
Bermúdez, Lilia (1987), Guerra de baja intensidad. Reagan contra Centroamérica. México: Siglo XXI.
Galeano, Eduardo (1978), Días y noches de amor y de guerra. Buenos Aires: Alianza.
Martín-Baró, Ignacio (1987), Hacia la psicología de la liberación. En Amalio Blanco (edit.), Psicología de la liberación. Valladolid: Trotta.
Martín-Baró, Ignacio (1988), La violencia política y la guerra como causas del trauma psicosocial en El Salvador. En Ignacio Martín-Baró (coord.),Psicología social de la guerra, El Salvador: UCA.
Martín, Carlos y Riera, Francesc (1992), Afirmación y resistencia. La comunidad como apoyo. Barcelona: Virus.
Montero, Maritza (1987), Psicología política latinoamericana. Caracas: Panapo.
Pacheco, Gerardo y Jiménez, Bernardo (comps.) (1990), Ignacio Martín-Baró. Psicología de la liberación para América Latina, 1990. Guadalajara: Universidad de Guadalajara.
Samayoa, Joaquín (1987), Guerra y deshumanización: una perspectiva psicosocial. En Ignacio Martín-Baró (coord.), Psicología social de la guerra, El Salvador: UCA.
Citas:
1 Francec Riera y Carlos Mrtín (1992), en su manual Afirmación y resistencia. La comunidad como apoyo, describen cuatro estrategias utilizadas en la guerra de baja intensidad: romper el tejido social, controlar al enemigo interno, intimidar a la población e implantar la impunidad (p. 25).
2 Eduardo Galeano (1978). Días y noches de amor y de guerra. Buenos Aires: Alianza.
3 Mario Benedetti (1993), La vida ese paréntesis. México: Alfaguara, p. 134.


Vía: Agenda  Social  y  política  para las  y los  jóvenes. @AJUV1121. http://goo.gl/YuAHNT

Nota:  El Seminario Nacional Movimientos Estudiantiles Mexicanos en el siglo XX, evento organizado por el Seminario Movimientos Estudiantiles Mexicanos del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, se realizó en el Auditorio del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Centro Cultural, Ciudad Universitaria, México, D.F., del 19 al 23 de febrero de 2001. Comité Organizador: Coordinadora: Silvia González Marín Corresponsable: Ana María Sánchez Sáenz Editor: Paulo César Cu Mena

Integrantes: Areli Adriana Castañeda Díaz, Liliana Andrea Sánchez Islas, Susana Torres Ortiz, Hugo Cerón Anaya, Blanca Alicia Vargas Villanueva, Mauricio Cruz García, Alma Silvia Díaz Escoto, Celia Martín Marín.

Diseño de portada: Christian Araico Primera edición, febrero de 2001 DR © Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Seminario de Movimientos Estudiantiles Mexicano Ciudad Universitaria, 04510, México, D.F. Impreso y hecho en México.







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